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Resumen

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Argumento

Comprendieron que cuando apareciera Marduk, perecerían. Antes del Aarvad, los semidioses que gobernaban en siete planetas diferentes, cada uno de su belleza distinta, creados por el Creador Sin Nombre, se hicieron tan poderosos que olvidaron de dónde venían. Eran arrogantes, santurrones y despiadados. Como vivían independientes del tiempo y alejados de la muerte, se pervirtieron. Cuando el creador anónimo los creó a su imagen y semejanza, fue generoso. Les otorgó poder y se sentó a observar. Quería ver lo que podían hacer sus creaciones, pero lo que vio no le hizo feliz. Los semidioses lucharon entre ellos y se derramó sangre. El creador encargó a su fiel ayudante, el destructor Marduk. Marduk se convirtió en un gran cometa y destruyó siete planetas distintos y a los seres superiores que vivían en ellos. Cuando los planetas desaparecieron, la energía generada fue enorme. El Creador Anónimo reflexionó y decidió intentarlo de nuevo.

Esta vez habría muerte y vida. Esta vez sería doloroso. Si las criaturas querían sobrevivir, lucharían. Debían merecer vivir. A instancias del Creador, Marduk creó Aarvad, mucho más difícil de abrigar que los mundos anteriores, por las tormentas y los desastres. Puso en él fuego y agua, montañas y cielo. El Creador Anónimo estaba contento con el nuevo mundo que surgía. Faltaban la muerte y la vida. El Creador Anónimo recorrió el Aarvad durante todo el día. Fue testigo de lo que trae el día. Observó el sol y fue testigo de sus efectos en la naturaleza. Entonces cerró los ojos y creó al Dios de la Vida y del sol, su hijo Arius. Era de noche. El Creador Anónimo vagó por el Aarvad durante la noche. Se adentró en un bosque, cruzó montañas y en una cueva cerró los ojos. Comprendió lo que era la oscuridad y vio a su hija Naru en un sueño. Cuando abrió los ojos, Naru, la diosa de la oscuridad y la muerte, estaba sentada frente a Naru, tan hermosa como las estrellas. El Creador Anónimo les otorgó parte de su poder y abandonó Aarvad y comenzó a observar.

Arius soñó con peces nadando en el agua junto al mar bajo el sol, y su sueño se hizo realidad. Arius se dio cuenta de que su poder consistía en crear. La vida empezó primero en los mares y luego llegó a la tierra. Surgieron los animales unicelulares, los reptiles, luego los mamíferos y los humanos. La vida avanzaba rápidamente, aunque de forma primitiva. Cuando Naru mostró al alma que salió del primer cuerpo en morir el camino hacia el otro reino, se dio cuenta de que su poder era la muerte. Los ojos de las almas que surgían cuando cualquier ser vivo abandonaba su cuerpo estaban cerrados a la vida. Intentaban encontrar su camino en el reino de Naru, un lugar donde no había luz, pero eso era imposible. Los gritos de las almas perdidas ahogaron a Naru en tristeza, y la diosa de la muerte lloró en su oscura cueva. Las lágrimas de la diosa se endurecieron y comenzaron a crecer hasta convertirse en un cristal cada vez más grande. El cristal perforó el techo de la cueva subterránea de Naru y siguió elevándose. Cuando dejó de subir, el Cristal de Naru empezó a emitir una luz oscura que sólo los espíritus podían ver. Al ver esta luz, los espíritus fueron atraídos hacia el cristal y encontraron a Naru llorando en su cueva subterránea. Le consolaron. Las almas que consolaron a Naru se han transformado y se han convertido en recolectores de almas.

Conociendo su propio sufrimiento y cómo alteraba a Naru, su diosa del dolor, estos recolectores de almas se aseguraron de que las almas que vinieran después de ellos no sufrieran. Las llevaron a la luz cristalina, su diosa.

Naru no sabía qué hacer con las almas en sus manos. Decidió hablar con Arius. El Dios del Sol y la Diosa de la Oscuridad llegaron a un acuerdo entre ellos. Si los espíritus podían expiar lo que hicieron delante de Naru mientras la diosa los leía, abandonarían la cueva de Naru e irían con Arius. Así sucedió. Naru permitió que algunas almas volvieran a ver el día y las envió a Arius, y la reencarnación comenzó.

Mientras las almas renacidas seguían viviendo en sus nuevos cuerpos, recordaban los errores que habían cometido en sus vidas anteriores y no los repetían. Gracias a ello, se desarrollaron rápidamente, y nació la civilización de tales gentes, el glorioso Imperio Proteico.